El año está a punto de terminar y para América Latinael balance de este 2024 deja más sombras que luces. Durante los últimos doce meses, en este hemisferio se ha postergado nuevamente el necesario proceso de integración entre países que beneficie a sus habitantes, se han enquistado con fuerza varios autoritarismos y la emigración ha sido la respuesta más socorrida ante la falta de oportunidades que se vive al interior de numerosas naciones.
La región sigue mostrando un crecimiento económico mediocre, según el balance preliminar que ha hecho la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Apenas se constata un leve crecimiento de 2,2% y una expansión promedio anual del 1% en la década de 2015 a 2024, lo que ha provocado un "estancamiento del PIB per cápita durante ese período". Los pobres resultados del continente "no van a permitir reducir la pobreza e informalidad, crear empleos de alta calidad y financiar al Estado para las necesidades que existen", ha puntualizado el organismo.
Sin embargo, ha sido en el terreno político donde menos avances se han dado. Hemos vivido un período de retrocesos y frenazos.
Este fue el año en que Nicolás Maduro desconoció el clamor de las urnas electorales en Venezuela, en que Daniel Ortegase entronizó en la silla presidencial expulsando de Nicaragua a muchos de sus opositores y en que Miguel Díaz-Canel reafirmó la continuidad de un régimen que ha llevado a Cuba a la ruina y ha provocado un éxodo masivo sin precedentes. Ha sido también un tiempo de deterioro de los valores democráticos en otras naciones y de un creciente escepticismo social hacia las instituciones y los gobiernos.
Mientras que la población hispana está liderando el crecimiento demográfico de Estados Unidos y la ciudad de Madrid superó el millón de latinoamericanos, con uno de cada siete habitantes, el sueño compartido por millones de residentes en esta parte del mundo sigue siendo partir y radicarse en otros lares. Nos hemos consagrado en este 2024 como una región de emigrantes que cada vez depende más de las remesas y vive, muchas veces, más pendiente de lo que ocurre en Texas o en Barcelona que en La Habana o en Lima.
Algunos comienzan a llamarle a esta "otra década perdida" para América Latina, pero quizás sea demasiado pronto para enterrar las esperanzas. La región posee uno de los mayores potenciales de crecimiento del mundo y goza de ventajas para la integración de la que carecen otros bloques, especialmente por contar con un sólido pegamento cultural y lingüístico a su favor. Urgen eso sí, medidas fiscales, una transformación productiva y el fortalecimiento de las finanzas públicas para lograr avanzar como un conjunto funcional.
A la necesaria renovación industrial y en los servicios que necesita el continente, hay que sumar el apremio por lograr que la democracia sea el modelo vigente en cada una de sus naciones. No es posible avanzar por la senda del desarrollo y de un proyecto comunitario si los modelos dictatoriales siguen rigiendo en varios países de la zona. El primer reto de América Latina sigue siendo el de lograr un marco de libertad y respeto a los derechos humanos en el que sus residentes quieran quedarse, criar a sus hijos e involucrarse en el derrotero político. No hay región que prospere con las maletas hechas o con el miedo metido en el cuerpo.
(ers)