Visita a la "región amazónica" alemana
1 de noviembre de 2010Es noviembre; las grullas y los ánsares van llegando para pasar el invierno en la región del valle que recorre el río Peene, en el extremo noreste de Alemania. Los 96 kilómetros de recorrido de este río, a través de ciénagas, humedales y meandros, conforman un paraje único, cuya fauna y flora han sido poco alteradas por la mano del hombre.
Cerca de la frontera con Polonia, a pocos kilómetros del mar Báltico, no lejos de Rostock, a dos horas de Berlín, muy cerca del paraíso turístico que representa la isla de Usedom, esta larga franja –de 4 kilómetros de ancho- de panorama marcado por el agua ha estado, paradójicamente, alejada de la civilización. Las más de 9.600 héctareas marcadas por las sinuosidades de la cuenca de este río, que desemboca en la laguna del Oder, han albergado desde el fin de la era glacial las más variadas especies.
Ardua lucha contra la naturaleza
La dificultad que ha representado su estructura para grandes proyectos agrícolas se ha traducido en la salvación de miles de animales, insectos y plantas, únicos en Alemania y en Europa. De finales del siglo XIX datan intentos de utilizar el río como fuente de energía para molinos; de la década de los 60 del siglo XX datan los últimos intentos fracasados de secar la ciénaga y enderezar los meandros para ganar terrenos aptos para la agricultura. A mediados de los años setenta se registran los primeros proyectos, exitosos, de no luchar contra la naturaleza sino de cobijarse en ella. Así por ejemplo fue recuperada en la zona una especie amenazada de castor. Y las más singulares especies de libélulas, el ánsar gris, la mariposa de fuego, la cigarra del Peene, las grullas y cientos de otras aves siguieron contando con un hábitat ideal; el “Amazonas del norte de Europa”, se lo llama en las guías destinadas a los observadores de la vida salvaje.
Con natura por aliada
“A comienzos de este año escuchamos del premio europeo para destinaciones turísticas de excelencia, Eden”, cuenta a Deutsche Welle Antje Enke, quien, representando a una asociación de 25 pequeños empresarios del valle del Peene, fue a recoger a Bruselas un premio a su labor por un turismo sostenible y diferente. Antje y su esposo, Carsten, ofrecen excursiones en botes a motor o en katamaranes alimentados con celdas solares. No es en el turismo masivo de las cercanas playas del Báltico en el que los Enke y sus socios cifran sus esperanzas de desarrollo regional; su ideal es más bien un incremento de la presencia del turista activo que busca la aventura, la observación de la naturaleza o la paz. Sin salir de Europa.
Bajo protección
La singularidad del valle del Peene le queda clara a las asociaciones de protección a la naturaleza; ciertas partes de esta cuenca paradisíaca han sido declaradas zona natural protegida. En enero de 2011, la cuenca del río Peene se sumará a los más de cien parques naturales de Alemania ; Naturschutzbund, la asociación para la protección de la naturaleza, tiene sus manos protectoras sobre la región y, básicamente, la importancia de la conservación de este paraje para animales y plantas , no es un secreto para nadie.
La reunificación de Alemania en 1990 significó para la región del valle del Peene –cuya capital de distrito, Amstal, contaba en 1989 con 21.300 habitantes- una emigración masiva de fuerza de trabajo cualificada.
La cuenca del Peene sufre de depresión económica, la población sigue emigrando en busca de mejores condiciones. Por eso, cuando su iniciativa ganó, por Alemania, el premio Eden, que no tiene una compensación monetaria, los Enke se vieron reafirmados en su propósito. “Somos pequeñas empresas –con capacidad limitada- que desde la base estamos generando el turismo con la gente de la región, crecemos poco a poco, desde abajo, creemos que de eso se trata la economía sostenible”, dice Antje Enke.
Intentando cobrar importancia
A pesar de que esta nueva ola de publicidad que recibe su región ya se hace sentir –“nos toman más en serio “, cuenta orgullosa-, los pequeños empresarios saben que falta mucho para agotar sus capacidades y declaran estar conscientes de que un turismo masivo, en realidad, representaría el comienzo del fin del paraíso natural. Éste es el resquemor de las asociaciones naturistas. La presencia de masas de turistas significaría también la muerte de la eventual gallina de los huevos de oro. Pero, “de eso estamos muy lejos”, asegura Enke, quien elogia los efectos positivos que ha tenido su asociación en la región. “Una joven del valle, que vivía del subsidio social del Estado, empezó un negocio: un café con una pequeña tienda. La incluimos en nuestra red y llevamos a nuestros turistas a Sophienhof”. Y, al parecer, el asunto avanza, lentamente.
Que esta iniciativa promueva el desarrollo regional sostenible, que respete los ecosistemas, que promueva un turismo alejado de las grandes urbes diversificando las zonas turísticas europeas, todo esto suena muy bien y las autoridades regionales y europeas no tienen más que, por lo menos sobre el papel, apoyarlo. Sin embargo, como publica el diario Nordkurier, no hay dinero en las arcas comunales para un circuito ciclístico que una a Anklam con otras poblaciones de la cuenca. Su costo no supera los 250.000 euros.
Como fuere, comienza el invierno y los Enke y sus socios se preparan para la estación más tranquila del año; con todo, a pesar del frío, si hace sol sus botes salen en excursión para observar a las grullas, que se preparan para pasar el invierno.
Autora: Mirra Banchón
Editora: Claudia Herrera Pahl