Año nuevo en las favelas de Río
30 de diciembre de 2012
En Río de Janeiro, la llegada del año nuevo se celebra con casi tanta espectacularidad como el Carnaval. Cada 31 de diciembre, más de un millón de personas peregrinan hacia la playa de Copacabana para disfrutar de los fuegos artificiales y del festivo ambiente. Los unos se divierten siendo parte de la muchedumbre, con los pies en la arena y sin pagar un centavo; los otros lo hacen a distancia, en yates anclados en la bahía, en los balcones de lujosos apartamentos o en las terrazas de los hoteles cinco estrellas, a lo largo de la avenida Atlántica.
Las fiestas privadas para despedir al año que termina tienen una larga tradición en esta urbe brasileña y los precios de las entradas varían enormemente, dependiendo del lugar donde se realicen: muchos pagan 300 euros para contemplar la ciudad y su playa desde el monte de Pan de Azúcar o 2.500 euros para dejarse consentir durante tres días por el personal del hotel Windsor Atlántica. Además de Copacabana, estos son los destinos habituales para festejar el año nuevo en Río de Janeiro.
Sin embargo, algunos de sus barrios más pobres comienzan a sobresalir como sitios de encuentro muy populares en esta temporada. El atractivo de ciertas favelas radica en su atmósfera, relajada y nada pretenciosa. O en su ubicación, sobre peñascos que ofrecen una vista privilegiada de Río y sus alrededores. Y también en su seguridad: como preludio de los Juegos Olímpicos de 2016, la policía ha liberado a varias barriadas de las garras del crimen organizado. Desde entonces, sus fiestas de fin de año se han convertido en unos imanes.
Efecto secundario de la “pacificación”
“Cuando los narcotraficantes tenían la última palabra en nuestro barrio, sólo los lugareños podríamos entrar y salir de la favela sin problemas”, cuenta Rodrigo Braz Viera, un guía turístico que viene organizando fiestas de año nuevo en Pavão-Pavãozinho desde 2010. Pavão-Pavãozinho fue una de las primeras barriadas en ser “pacificadas”. “Ahora nos visita gente que antes habría tenido miedo de subir hasta acá y se percata de que las favelas son un vecindario de la ciudad como cualquier otro”, comenta el joven de 31 años.
La mayoría de los asistentes son extranjeros interesados en tener contacto directo con los cariocas. “Ellos quieren tener experiencias inusuales, conocer gente alegre que emana calor humano, ver cómo los brasileños festejamos aquí arriba, disfrutar del panorama y de los fuegos artificiales”, agrega Rodrigo. No obstante, este fenómeno trajo consigo el fin de las fiestas asequibles: la entrada a algunos de los eventos de las favelas puede llegar a costar 500 euros. Rodrigo ofrece música y bebidas al aire libre, cobrando 100 euros por entrada.
Autores: Marco Mueller / Evan Romero-Castillo
Editor: Diego Zúñiga